Vidas paralelas VIII by Mestrio Plutarco

Vidas paralelas VIII by Mestrio Plutarco

autor:Mestrio Plutarco [Plutarco, Mestrio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Biografía
editor: ePubLibre
publicado: 0100-01-01T00:00:00+00:00


COMPARACIÓN DE DEMÓSTENES Y CICERÓN

50 (1) Pues bien, éstos son los episodios dignos de memoria que han llegado a nuestro conocimiento, de lo transmitido por los 2 historiadores sobre Demóstenes y Cicerón. Aunque me he abstenido de comparar el estilo de su oratoria[248], hay algo que, creo, no puedo dejar de decir, y es que Demóstenes aplicó a la oratoria toda la habilidad retórica que poseía por naturaleza o por entrenamiento, y superaba en viveza y eficacia[249] a quienes se medían con él en los debates y en los procesos, en majestuosidad y elevación a los oradores de aparato y en precisión y destreza a los 3 sofistas. Cicerón, por su parte, llegó a poseer gran cantidad y variedad de conocimientos por su afición al estudio y ha dejado no pocos tratados de carácter propiamente filosófico al estilo de la Academia, y además, incluso en sus discursos escritos para los procesos y para los debates políticos, es evidente que quiere hacer 4 cierta exhibición de su conocimiento de la literatura. Es posible, también, distinguir el carácter de cada uno en su oratoria. En efecto, la de Demóstenes, desprovista de todo tipo de gracia y de humor, concentrada en la eficacia y la seriedad, no huele a mecha de lámpara, como decía Piteas en son de burla[250], sino a beber agua, a meditaciones y a su referido temperamento amargo y sombrío[251]. Cicerón, en cambio, por su afición a la burla, a menudo se dejaba arrastrar hasta la bufonada, y en los procesos descuidaba el decoro cuando, buscando lo que le convenía, trataba irónicamente, entre risas y bromas, asuntos que requerían seriedad. Como cuando dijo en su defensa de Celio: «No hace nada extraño si, entre tanto lujo y fastuosidad, se entrega a los placeres, pues no gozar de lo que se puede es una locura, sobre todo cuando los filósofos más ilustres sitúan la felicidad en el placer[252]». Se cuenta también que, cuando Catón llevó a juicio a 5 Murena, Cicerón, que era cónsul, lo defendió y, a causa de Catón, dirigió muchas burlas a la escuela estoica por sus opiniones absurdas llamadas paradojas; y, al extenderse las carcajadas de los asistentes a los jueces, Catón les dijo con una leve sonrisa a los que estaban sentados a su lado: «Señores, ¡qué gracioso es el cónsul que tenemos[253]!». Parece que Cicerón era por naturaleza 6 propenso a la risa y burlón, y el semblante que ofrecía era sonriente y sereno. En el de Demóstenes, en cambio, predominaba siempre cierta seriedad y no abandonaba con facilidad la expresión pensativa y de preocupación. Por eso sus enemigos, como él mismo cuenta[254], lo llamaban explícitamente arisco e intratable.

51 (2) Además todavía se puede observar en sus obras que uno se dedicaba elogios a sí mismo, con mesura y sin hacerse insoportable, cuando lo necesitaba para un fin más importante y en los demás casos era circunspecto y modesto. Por el contrario, la desmesurada jactancia de Cicerón en sus discursos revelaba un incontenible deseo de



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